Dalí imagina y sueña con Gala mucho antes de su encuentro decisivo, el verano de 1929. el impacto que causa en el artista es intenso y apasionado. La visión de su espalda desnuda ante el mar queda grabada para siempre en la memoria de Dalí, y en la nuestra, a través de su obra.
Gala es constantemente definida y redefinida bajo la mirada del pintor. Las primeras Galas que Dalí crea son mujeres sofisticadas, sensuales, provocadoras y de corporeidad real y carnosa, como en Portrait de Gala (c. 1933). Todas ellas con una mirada penetrante, que en palabras de Paul Éluard era capaz de traspasar las murallas.
En el giro de Dalí hacia una pintura de temática más mística Gala adopta un nuevo arquetipo: el de la Virgen María. Las dos versiones de La Madona de Portlligat son una clara manifestación de ello. En estas pinturas, Dalí transforma a Gala en una verdadera divinidad y encarna la imagen serena de la misma Inmaculada Concepción. Esta elección transciende el simple gesto estético e implica una profunda carga simbólica: Gala, una mujer rusa divorciada, es santificada y elevada al estatus sagrado de madona.
El paisaje de Portlligat, que para Dalí representaba un paraíso personal, se transforma aquí en un escenario enmarcado por unas cortinas que evocan la teatralidad y la ilusión.
«Portlligat es el lugar de las realizaciones. Es el sitio perfecto para
mi trabajo. Todo se conjura para que así sea: el tiempo discurre más lento
y cada hora tiene su dimensión justa.»
Salvador Dalí
Francisco Valenzuela, «Granada es una ciudad geométrica», Patria, Granada, 07/06/1957.
Dalí precisa
de la fuerza espiritual de ese lugar. Una vez más se identifica
con los pintores renacentistas, especialmente con Raffaello
Sanzio, cuando afirma: «Necesito el localismo de Portlligat
como Rafael necesitaba el de Urbino, para llegar a lo universal
por el camino de lo particular.»
Salvador Dalí
José María Massip, «Dalí, hoy», Destino, Barcelona, 01/04/1950.
Diversos objetos levitan en el
espacio, aludiendo a la desmaterialización de la materia
y reflejando su fascinación por la ciencia moderna. En este universo ordenado según la propia lógica, Dalí
condensa toda su cosmogonía personal en un único paisaje.
«Cada objeto expresado por mí en la pintura ha adquirido
hoy su máximo significado».
Salvador Dalí
«The Madonna of Port-Lligat», Carstairs Gallery, New York, 1950-1951.
El pan, por ejemplo, adquiere nuevamente una importancia central en la
composición, y se convierte en un núcleo espiritual y artístico
símbolo de la Eucaristía.
«en el centro del
cuadro, en el corazón, en la abertura que el Niño tiene en
el pecho, pintaré una cesta con un pan blanco, que quiero
que sea el núcleo vital y místico de mi Madona ingrávida,
cobijada por una arcada en medio de mi paisaje».
Salvador Dalí
Josep Maria Massip, «Dalí, hoy», Destino, Barcelona, 01/04/1950.
Los crustáceos y los moluscos, tan recurrentes en el imaginario daliniano, aparecen aquí como elementos significativos. El erizo de mar, con su estructura geométrica perfecta, resulta una metáfora del cosmos y de la perfección divina y, según Dalí, es incluso el instrumento que un pintor ha de tener siempre cerca a la hora de trabajar.
La Madona está decorada con una amalgama de símbolos y objetos dalinianos: un trapo, una rama de olivo, la flor de jazmín, unas rosas, un pez, una aceituna y un bol de cerámica. La mayoría de estos elementos aparecen en otras obras del artista y algunas podrían ser alusiones a aspectos típicos del mundo mediterráneo, incluso podrían hacer referencia a Gala: Oliveta es uno de los apodos que utiliza Dalí para nombrarla.
Dalí siempre consideró el Renacimiento como la época en
que idealmente hubiera querido vivir; un período en que,
según el artista, se consiguió el esplendor de los medios
de expresión artística. Habría deseado vivir en un tiempo
en el que no hubiese sido necesario salvar nada, pero él,
tal como indica su nombre, estaba destinado a «salvar la
pintura del vacío del arte moderno.
Salvador Dalí
La vida secreta
de Salvador
Dalí (1942).
«Según Dalí, «los artistas
modernos no tratan temas religiosos porque su técnica
no se puede comparar con la magnificencia del arte del
Renacimiento.»
Salvador Dalí
Peter Hastings, «Surrealist artist designs strange jewellery», The Australian Women’s Weekly, Sydney, 10/02/1951.
En La Madona de Portlligat de Dalí observamos claras referencias a la Madonna Sixtina de Rafael. En las dos obras la composición es frontal y se conciben como una verdadera escena teatral. Unas cortinas verdes en la obra de Rafael, y verdes y rojas en la de Dalí, nos introducen en el escenario de la representación. En el centro, como una revelación, aparece María con el niño Jesús.
El motivo del
huevo suspendido del casquete absidal, que Dalí considera
como «uno de los más grandes misterios de la pintura del Renacimiento», es claramente una alusión al retablo de Montefeltro del «divino Piero della
Francesca.»
Salvador Dalí
«The Madonna of Port-Lligat», Carstairs Gallery, New York, 1950-1951.
No solo las dimensiones de La Madona de Portlligat recuerdan los grandes retablos de Rafael y Piero della Francesca, sino también los colores escogidos por Dalí —el azul y el dorado— que son claras referencias a la época renacentista.
Más allá del Dalí surrealista que cautivó al mundo, encontramos también al Dalí de la mística y la ciencia, un creador que, a partir de los años cuarenta, tiene una misión muy clara: hallar la fe. «En este momento todavía no tengo fe y me temo que moriré sin cielo». Vuelve a los temas clásicos, ahora enriquecidos con el conocimiento científico propio de su tiempo y las experiencias de los místicos españoles que tanto le fascinaban, dando lugar a finales de esta época a un punto de inflexión en su pintura: la época místico-nuclear.
Se aprecia el gran peso de la física atómica y la desintegración
del átomo, la representación de la ligereza y la flotabilidad. La relación entre peso y ligereza es fundamental para entender la construcción
de esta imagen. «Todo lo que pesa no pesa, mientras que lo más ingrave
se halla sujeto por un cordel.»
Salvador Dalí
Rafael Santos Torroella, «Con Salvador Dalí, en Portlligat», Correo Literario, Madrid, 01/09/1951.
Las explosiones atómicas de Hiroshima y Nagasaki del año 1945 sacudieron
los fundamentos de la humanidad. Este trágico hecho histórico, revelador
para Dalí, le cautivó intensamente y el átomo se convirtió en su principal
foco de interés artístico y filosófico. El artista confesaba a Parinaud: «Desde aquel momento, el átomo fue mi tema de
reflexión preferido.»
Salvador Dalí
André Parinaud, Confessions
inconfessables (1973).
A partir de este instante, Dalí inicia una intensa etapa de estudio, se sumerge en lecturas sobre física nuclear y mecánica cuántica para comprender aquellos fenómenos que cuestionaban las concepciones tradicionales sobre la materia y la realidad. Sus estudios sobre la estructura de los átomos influyeron directamente en sus obras a partir de finales de los años cuarenta, cuando empiezan a aparecer objetos que flotan en el espacio, como sucede en Leda atómica (1947- 1949).
Esta representación visual de la discontinuidad y descomposición de la materia va acompañada, de manera progresiva, de temas religiosos como la crucifixión, ejemplificada con El Cristo (1951), o la Virgen y el niño, con las dos versiones de La Madona de Portlligat (1949 y c. 1950).
A pesar de que parece que contiene un solo punto de fuga, en realidad la obra combina varios, especialmente en el pedestal. En él encontramos diversos objetos, como una esfera, un rinoceronte y un busto fundido, y todos estos elementos comparten un mismo punto de fuga alternativo al principal. Esta multiplicidad de puntos de fuga crea una perspectiva artificial e imposible, lo que genera un efecto onírico e irreal.
Dalí recurre a lo que se llama perspectiva acelerada, una técnica basada en modificar la escala de las imágenes para crear una ilusión dramática. En La Madona de Portlligat, el artista lleva este recurso más allá: combina varios puntos de fuga y acentúa la perspectiva exagerada, creando una ilusión visual que manipula la realidad.